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sábado, 12 de enero de 2013

Una pequeña anotación en favor de la autoría de Fray Juan de Ortega como creador del Lazarillo de Tormes.


Sabido es que el anonimato del autor de la novela El Lazarillo de Tormes es persistente, y que ha dado lugar a teorías y atribuciones de todo tipo, con sus polémicas incluidas.

Uno de los posibles autores al que se le atribuye la novela, es el jerónimo Fray Juan de Ortega. Tesis defendida principalmente por el hispanista M. Bataillon.
Se basa principalmente para ello en lo que afirma Fray Juan de Sigüenza en su “Historia de lo Jerónimos”, en donde viene literalmente a decir:
“Dicen que siendo estudiante en Salamanca, mancebo, como tenía un ingenio tan galán y fresco, hizo aquel librillo que anda por ahí, llamado “Lazarillo de Tormes”, mostrando en un sujeto tan humilde la ropiedad de la lengua castellana y el decoro de las peresonas que introduce con tan singuular artificio y donaire, que merece ser leído de los que tienen buen gusto. El indicio desto fue haberle hallado el borrador en la celda, de su propia mano escrito”

Esto fue escrito por el jerónimo Fray José de Sigüenza en el año 1605.

Por su parte Fray Juan de Ortega murió en el año 1557, desconociéndose la fecha exacta de su nacimiento, que debió ser a fines de la centuria anterior. Hay que destacar que fue hombre de confianza del rey Carlos I, al que preparó personalmente su retiro en el monasterio de Yuste. Dato de por sí significtivo, pues también modernamente le es atribuida la paternidad de la obra de que tratamos a uno de los hermanos Valdés, escritores e intelectuales de la confianza y entorno del susodicho rey Carlos I, que debió ser aficionado ilustre a las buenas letras. No es de extrañar que en Yuste, el rey se hubiere hecho acompañar de un buen número de libros, y que algunos de ellos hasta se compusieran exclusivamente para su personal deleite.

Por otra parte, Miguel de Unamuno, dice en su libro “De esto y aquello” (Espasa-Calpe, colección Austral, página 85: “Y el padre Sigüenza, ….soberano artista del lenguaje, creaba el suyo. Y hasta inventaba palabras. Sospechamos, por lo menos, y hasta prueba en contrario-que pudiera muy bien venir, pues no presumimos de eruditos en lexicografía-, que inventó lo de “ensangostar”, cuando dijo: “que aunque a algunos se les ensangosta, a otros se les ensancha el alma, etc”. Por lo menos no recordamos haber visto eso de ensangostar en otra parte, aunque el Diccionario de la Academia lo registre”

Ahora bien, decimos nostros, en la novela “El Lazarillo de Tormes” (Ed. Planeta, Edición Franciso Rico, página 26) cuando trata de la última broma o calabazada que Lázaro le gasta al ciego, se dice textualmente lo siguiente: Tío, el arroyo es muy ancho; mas si queréis, yo veo por donde travesemos más aína sin nos mojar, porque se estrecha allí mucho, y saltando pasaremos a pie enjuto.
Parescióle buen consejo y dijo:
  • Discreto eres, por esto te quiero bien. Llévame a ese lugar donde el arroyo se ensangosta, que ahora es invierno y sabe mal el agua, y más llevar los pies mojados”


Y si, prosiguiendo nuestro argumento, recurrimos a lo que dice al respecto el Diccionario de Autoridades, de Covarrubias, veremos expresado literalmente lo que sigue:





Como se puede apreciar, las referencias al verbo ensangostar, se concretan en el Fuero Juzgo, y en El Lazarillo de Tormes. Ahora bien. El fuero Juzgo data aproximadamente del año 1150, en que aún predominaba como modo común de habla la lengua romance, o lo que es lo mismo, los primeros balbuceos como lengua propia del castellano. Al punto, que no muy de fecha anterior se puede datar El Poema del Mío Cid, considerado como la primera manifestación literraia escrita en esa que podemos considerar nuestra lengua castellana.
Por su parte, El Lazarillo de Tormes hizo su pública aparición impresa en el año 1554, en tres imprentas que procedieron simultaneamente a su edición, a saber, la de Burgos, la de Alcalá de Henares, y la de Amberes.

Lo pimero que salta entonces a la vista, si hemos de dar crédito de fiel que acendrada veracidad a las llamadas o referencias del Diccionario de Covarrubias, es que en el término aproximado de unos cuatrocientos años, en tan sólo dos ocasiones se ha hecho uso del referido término “ensangostar”, y suponiendo que ello sea tal que así, y tomando en su debida consideración lo que Unamuno por su parte refiere acerca de su utilización en el año 1605 por el jerónimo Fray José de Sigüenza, llegaríamos a una inmediata y simple conclusión, la de que, salvo criterio por autoridad más autorizado, el referido verbo sólo ha sido objeto de tratamiento, al menos en textos publicados o dados en su caso a la imprenta, y suficientemente probado y constatado, en tres ocasiones, que son, El Fuero Juzgo y El Lazarillo de Tormes, a las que, repetimos, se refiere la autoridad más que probada del Diccionario de Covarrubias, joya de las letras castellanas, dicho sea aunque al paso y aprovechando la coyuntura, y la que se manifiesta en La historia de los Jerónimos del citado Fray José de Sigüenza, a que alude Unamuno, como si se tratara, dada la admiración que el filósofo siente por dicho autor, de un término creado y acuñado por primera vez y de propia mano o motu propio por él.

No tengo conocimiento acerca de la utilización del verbo ensangostar en otras obras o autores, aanteriores o posteriores al Lazarillo de Tormes.

En la Edición de Francisco Rico, anteriromente citada, de El lazarillo de Tormes, en su apéndice, se procede a efectuar una remisión en relación con el término que nos ocupa. Dice textualmente la nota: “Para “ensangostar” cf. M. Morreale, en Homage to J. M. Hill, Indiana University, 1967, págs. 300-301”.

Ignoro cuál sea el tratamiento y el alcance del mismo que del término ensangostar se realiza en la citada obra, y si puede tener relación o no con la finalidad que nos ocupa sobre la personalidad del por ahora anónimo autor del Lazarillo.

¿Qué se puede extraer de todo esto? Que, aparte de la antigüedad del verbo ensangostar, su escasa utilización, cualesquiera que fuesen las causas. Al punto, que se pueden reducir su uso probado, a dos manifestaciones, si dejamos aparte el Fuero Juzgo, que son, la que lleva a cabo el anónimo autor del Lazarillo, y la que se pone de manifiesto, cincuenta años más tarde, por Fray José de Sigüenza. Parece evidente que dicho término habría sido cedido en uso a la voz angosto y angostar, que sí se ve utilizada en los años circunscritos por diversos autores.

Cuestión distinta, que no aparte, es la de si el uso del verbo angostado en los estrechos límites que van del autor del Lazarillo, a la del jerónimo y grandísimo escritor Fray José de Sigüenza, puede dar lugar a alguna otra conclusión.

En primer lugar parece ha de otorgársele más fundada credibilidad objetiva, que a una simple manifestación y opinión subjetiva, al “Dicen....hizo aquel librillo que anda por ahí, llamado Lazarillo de Tormes...El indicio desto fue haberle hallado el borrador en la celda, de su propia mano escrito”. Pues no cabe duda de que Fray José de Sigüenza debió ceciorarse e indagar al respecto antes de dejar por escrito en su Historia de la Orden de los Jerónimos, un simple rumor de atribución de autoría del Lazarillo al que había sido superior de tal Orden. Es más, puede que le constara, por fuentes que no podía en su caso revelar, que tal rumor era cierto. No olvidemos que Fray José de Sigüenza fue un erudito de las letras castellanas y uno de los más grandes prosistas de la misma, como es de general reconocimiento.
Por otra parte, no se puede equiparar uno de tantos manuscritos que a la sazón circulaban del Lazarillo, con lo manifestado al respecto por Fray José de Sigüenza, borrador en la celda, de su propia mano escrito”. No parece mínimamente creíble que Fray Juan de Ortega, superior de los Jerónimos, se hubiera recreado en copiar de propia mano uno de esos manuscritos que ya con tanta proliferación circulaban sino que más bien hay que entender que se trataba del manuscrito original de la obra, de su propia mano escrito. Pues toda otra interpretación acerca de la obra hallada en su celda carecería de sentido.

Que el Lazarillo caló hondo desde el mismo momento de su aparición, es cosa más que probada. Después abundaremos sobre este punto. Baste ahora lo manifestado por el propio Fray José de Sigüenza, “librillo que anda por ahí, llamado Lazarillo de Tormes, mostrando en un sujeto tan humilde la propiedad de la lengua castellana y el decoro de las personas que introduce con tan singular artificio y donaire, que merece ser leído de los que tienen buen gusto”. Hay que destacar también en este punto, el anticleralismo tanto expreso como soterrado que respira la obra De El Lazarillo, lo que en principio se avendría no muy bien ni acorde, ni con su atribución al superiro de los jerónimos Fray Juan de Ortega, ni con su abierta e inequívoca consideración como obra maestra de las letras castellanas. El mismo Cervantes llega a citar la obra de El Lazarillo, hasta dos veces, primero, cuando en el prólogo, en poemilla de pie quebrado que dedica a Rocinante, dice,

Soy Rocinante el famo
bisnieto del gran Babie
por pecados de flaque
fui a poder de un don Quijo
Parejas corrí a lo flo
mas por uña de caba
no se me escapó ceba
que esto saqué a Lazari
cuando, para hurtar el vi
al ciego, le di la pa.


Y segundo, cuando en la aventura de los galeotes, pregunta don Quijote al llamado Ginés de Pasamonte:
_¿Tan bueno es?
-Es tan bueno -respondión Ginés-, que mal año para Lazarillos de Tormes...


Repárese en que la primera parte del Quijote, data del año 1605, es el mismo en que Fray José de Sigüenza se hace eco en su Historia de la Orden de los Jerónimos de la leyenda popular de atribución de la autoría de El Lazarillo a Fray Juan de Ortega. O lo que viene a ser, que en un plazo de cincuenta años, El Lazarillo se asienta como obra grande de las letras castellanas, a pesar de su anonimato, de su anticlericalismo exacerbado, y de quea primera vista es una obrilla menor, destinada a distraer el ocio de los ocasionales lectores, y de que al parecer corría manuscrita a la buena de Dios de mano en mano. Mas, ¿no se contradice todo ello con el reconocimiento general de los eruditos, o entendidos, y con el anonimato mantenido, casi con empecinamiento, de su verdadero autor, y ello a pesar de las tres ediciones simultáneas en imprentas de primerísima magnitud? Grande hubo de ser el apoyo y respaldo de que se vio socorrido el hasta hoy no esclarecido anonimato de su autor, para mantenerse en tal condición a pesar de lo dicho sobre el éxito inmediato de la obra y su consiguiente rápida y extensa difusión. Ese respaldo no podría proceder sino de altas esferas, de círculos oficiales que tuvieran mano y no poco que callar o decir en torno a la publicación y difusión de unas u otras obras.

Si a todo lo antedicho añadimos las siguientes consideraciones:

Que El Lazarillo de Tormes, a poco que se lea entre líneas, y aun sin tomar en cuenta su anticlericalismo como recurso literario, salta a la vista que está escrito por clérigo, o persona de vasta cultura en muy varios ámbitos, pero sobre todo en lo que toca a la clerecía, en el más amplio sentido del término.

Que es obra escrita, para utilizar un termino gráficamente expresivo, de arriba abajo, quiere decirse, que el autor, a sabiendas de su cultura, pero no a costa de ella, se distancia tanto objetiva, como subjetivamente, de “su obra”, creando y recreando un lenguaje que manifiestamente es más figurado y arcaico de lo que al tiempo de su escritura el propio lenguaje demandaba y requería, aun teniendo en cuenta que habla el autor por boca de un lacerado tanto de obra como de palabras, el pobre Lázaro, dando así en una suerte de originalidad creativa hasta entonces no común y hasta desconocida en las letras castellanas,

Que la genialidad de la obra fue inmediato que general reconocimiento, pues el lenguaje que en ella se utiliza entrevera el ficticio anacronismo, con las figuras retóricas y de todo tipo más libres y brillantes que hasta entonces se hubieran podido lograr en la creación literaria. Téngase en cuenta al respecto, que La Celestina, que es otra obra maestra, data del año 1499, y que su lenguaje, en comparación con el del Lazarillo, puede estimarse como más “actual”, o cuando menos más acorde con el castellano de uso y habla común correpondiente a su época respectiva.

En definitiva, que la genialidad de El Lazarillo estriba en la creación y desarrollo original y cumplido en muy varios aspectos, de un “nuevo lenguaje”, que se pude denominar, y no existe otro modo de calificarlo, de el lenguaje propio e inimitable, como le sucede en parecido sentido al Quijote, el lenguaje de el Lazarillo de Tormes.

Todo este cúmulo de evidencias y de sugerencias, conducen a concluir en que es más que probable que el autor de tan magna obra haya el jerónimo sido Fray Juan de Ortega, persona de gran talento y muy aficionado a las buenas letras, y persona de la máxima confianza del rey Carlos I       

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