LA
CELESTINA, OBRA MAESTRA
Voy
a tratar de señalar algunos aspectos que, a mi entender, configuran
La Celestina, de Fernando de Rojas, en la categoría de obra maestra.
Primero.
Habrá de resaltarse su novedad, su eclosión, en el panorama de su
tiempo de las obras de creación literaria en lengua castellana,
destacando y analizando unos y otros aspectos en que se asienta y
conforma la misma
Segundo.
Se considerará, dentro de los límites que se nos alcanzan en
relación con su entramado histórico, cultural, lingüístico y de
creación dentro del género a que tal obra corresponde, el porqué
de su insólita aparición, y sobre todo, el que su publicación
fuere posible, dado lo revolucionario y transgresor de su lenguaje y
contenido, en una época (año 1499) en que dicha aparición tuvo
lugar, cuando la censura era la norma a la que debían atenerse y
someterse (albores de la Inquisición) todas las obras escritas con
finalidad o proyección social, máxime si trataban o apuntaban
siquiera aspectos referidos a la religión, las costumbres sociales,
de castas, de poder, etc, aunque buscasen ampararse en nominales
subterfugios de género, como comedia, tragicomedia, pues aún hoy
día los estudiosos no se ponen de acuerdo en tales o cuales
consideraciones y calificaciones.
Tercero.
Se expondrá un breve apunte acerca de la carencia tanto de
antecedentes precursores como de continuadores literarios, haciendo
hincapié en el extraño, cuando no misterioso, ocaso subsiguiente de
su autor, al parecer, judío converso, que se avecindó
posteriormente hasta el fin de sus días en Talavera la Real, y del
que se tiene escasas noticias acerca de su vida, y ninguna, porque
ninguna consta que hubiere, de su obra posterior. Extremos, ambos,
que no dejan de resultar, cuando menos también, curiosos y dignos de
una mínima atención.
A
fin de encuadrar con la precisión temporal que nos facilite el
análisis y valoración de citada obra, señalaremos unas
determinadas fechas de referencia en relación con otras tantas obras
destacadas en la historia de la literatura en lengua castellana.
El
Poema del Mío Cid, data del año 1150, aproximadamente.
El
Conde Lucanor, de don Juan Manuel, del año 1335.
La
Celestina, ya citada, del año 1499.
El
Lazarillo de Tormes, es publicado en el año 1554
El
Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, data del año 1597
El
Quijote de la Mancha (primera parte), es del año 1605.
Cito
estas obras, al considerarlas hitos decisivos en la creación
literaria castellana, y consiguientemente como aportaciones señeras
de su evolución decisiva.
Se puede apreciar, nada más que con seguir por
su orden las referencias de aparición de las citadas obras, que los
antecedentes de La Celestina, en comparación con la importancia de
su aporte de novedad y originalidad, que iremos detallando, son más
bien escasos. No digo que El Poema del Mío Cid no contenga en germen
ya las bases y entretelas vivísimas de nuestra lengua, y su
propensión directa y esencial, austera pero de una potencialidad
concentradísima, hacia la obra de creación literaria. Es más, en
el Poema del Mío Cid se contienen los fundamentos de, digamos,
austera sobriedad, o genialidad doblemente esencializada, de lo que
ha de constituir al correr de los siglos en una de las normas
fundamentales de nuestras grandes obras literarias, que bajo una
aparente contención estética, encierran y se iluminan de una
expresividad muy lúcida, y tanto de lenguaje, como de originalidad
de tramas e ideas, cuanto de una imaginación asentada pero
desbordante. Naturalmente me estoy refiriendo a las obras
consideradas casi unánimemente como grandes obras maestras de
nuestro correr y discurso literario. Léase, Garcilaso, Herrera, Fray
Luis de León, Góngora, Quevedo, Gracián, Lope, Calderón, Flórez,
Feijóo, Larra o Galdós.
En
este mismo orden de ideas, el Conde Lucanor, del Infante Juan Manuel,
se puede considerar como el antecedente inmediato, y me atrevería
a decir que único, si nos atenemos al buen orden de medida, para la
comparación fiel de una obra con otra, de la piedra de toque que
presuponen los distintos géneros literarios. Y tomando además en
consideración que la poesía y la prosa mal deslinde tienen en la
valoración comparativa de dos obras literarias de creación, por más
geniales y originales que ambas sean. Así, nos atendremos a este
criterio de paralelismo o inmediatez de los géneros, y a entender,
en consecuencia, El Conde Lucanor como el antecedente inmediato o de
referencia elemental de La Celestina.
Lo
primero que resalta, al margen de cualquier otra consideración, es
la diferencia de proporcionalidad lingüística, o salto de lenguaje,
y tanto como creación, cuanto consiguientemente en la esfera de la
ambición y significación creativas, entre ambas obras. Si El Conde
Lucanor aún respira y trasunta aires y visos de la lengua romance,
aunque con la novedosa originalidad que le otorga un poso ya de
sutilidades y recovecos de tersa o requebrada sustancia, y hasta
amenidades de concisión e ironía que han de elevarse con
posterioridad a una de las básicas categorías de las grandes obras
literarias que en lengua castellana han sido, sin embargo se denota
aún esa simplicidad, o primitivismo de progresión y fluencia, que
son como el aura, aunque ya celeste, todavía ahormada y terráquea,
como escrita a impulsos de un razonado corazón, como decimos, de la
originaria lengua romance. Y todo ello, no dicho en desdoro o
detrimento de la obra citada, cuanto como necesaria conformación de
su novedad evolutiva y de su originalidad y singularidad creadoras, a
fin también de que mejor nos valga y sirva de elemento decisivo,
cuanto sorprendente, de comparación con la novedad y genialidad de
la obra que nos ocupa, La Celestina, que irrumpe en la escena de
nuestra trama o historia literaria como un suceso literariamente casi
incalificable, incomprensible, como un volcán, o como una rosa de
espíritu, hecha milagrosamente y de golpe volcán, como ahora
veremos.
En
el lenguaje de La Celestina, son de destacar los elementos
siguientes:
1.
Una exuberante riqueza de expresiones, tanto desde el punto de vista
de las palabras utilizadas, como como de las relaciones de todo punto
novedosas que a través de ellas se insinúan o expresan.
2.
Una no menos nueva y original configuración expresiva, tal si se
consiguiera a golpe de comunes y novedosas frases, profundizar con
una naturalidad sorprendente en la esencia y alma del castellano. El
lenguaje es utilizado en diversos y nunca gratuitos planos de
expresión y significación, a saber: el coloquial o dialogado, el
monólogo nunca ampuloso ni digresivo, el soliloquio como apartes
psicológicos, morales y hasta de una elocuencia íntima que a su vez
por contraste social, la ironía como herramienta de aproximación o
distanciamiento del discurso nunca hasta entonces utilizado.
3.
Una distribución del lenguaje en planos objetivos, y todos ellos a
través únicamente del utilizado por los personajes que entre sí se
caracterizan y dialogan: el coloquial, el confidencial, el
apasionado, el sensual, el unívoco, el ambivalente, el usual, el
depurado, el ambicioso, el temeroso, etc.
4.
Una flexibilización o adaptación del lenguaje al modo o tipo
característico de cada uno de los personajes: y así se reconoce
tanto verbal como moralmente, el lenguaje común, bajo o popular, el
lenguaje de las castas acomodadas, el lenguaje que pretende ser un
remedo del de sus amos de los servidores, el lenguaje, compendio de
todos, de Celestina, cual si los encerrase y compendiase en las
retortas de tercería de de magia ancestral, de bruja visionaria y
omnipresente, de sabia y de razón de lengua vieja, por lo de más
sabe el diablo...
Pero
es que además es que todo ello acontece en mitad de un páramo, como
si discurriese de pronto y por arte de milagroso genio el lenguaje
convirtiéndose en otro, con los mismos en apariencia elementos de
conformación del lenguaje antiguo, y poniendo todo el arte de pensar
y decir patas arriba.
Verdad
es que nada puede nace y brotar de nada. Sería una contradicción,
que incluso en los dominios del lenguaje y de sus distintas formas de
comunicación y expresividad daría más en milagroso que espantoso
quebranto, que en otra cosa. Y no me estoy con esto refiriendo a lo
de, todo lo que no es tradición es plagio, sino a la inversa, todo
lo que no es originalidad consecutiva, es disparate con su locura de
todo es nada como grosor. Y en el intento de tratar de buscarle
antecedentes señalados a la genialidad sobre la que nos hacemos
lenguas de La Celestina, me inclino más hacia los orígenes de
nuestra lengua, que hacia la inmediatez antecedente y consecuente de
ella, quiero decir, que atisbo más relación de posible parentesco
entre la expresividad inmanente del Fuero Juzgo, o de Las Partidas, y
por supuesto del Cantar de Mío Cid, que en la poesía que hasta
entonces se había escrito, a salvo, también, Gonzalo de Berceo,
como sostendría nuestro querido e inefable Antonio Machado, digo,
que más parentesco con el primitivismo de fanal austero, o mustio,
si se quiere. O cuasiclerical, como el eco vuelto palabras del canto
gregoriano, que con toda la producción literaria posterior. Bien
cierto también que Antonio de Nebrija había escrito y publicado la
primera gramática de una lengua romance, como lo es su gran
Gramática del castellano, y posteriormente un diccionario
latino-castellano de la misma. Indudablemente, ni un desierto
presupone la razón del agua como oasis único, ni la sed puede
confirmarse con ella y por ella exclusivamente. Y no menos ha de
hacerse referencia, dada la condición e humanista de Fernando de
Rojas, bachiller por Salamanca, aunque bachiller tentado por la
historia del aire, pues la lengua sin ser en ningún caso una
solitaria excepción, sí que puede iluminarse con imaginaciones
desproporcionadamente incrédulas y abruptas, incrédulas, como es
natural, para quienes miran con la boca de la envidia las obras
ajenas, y con los ojos ciegos de la pura malquerencia a todo lo que
no responda a copla de común hablar o cantar, y bachiller, téngase
presente, que cuando publicó su Celestina contaba veinte y tres años
de vida, y remato la idea, que se me fue por arte de tragicomedia,
que ésa es otra, que ni comedia, ni tragedia, ni tragicomedia, ni
barda de baratillo, obra maestra por donde se tiente y arrea, y nada
más, y prosigo, que, de bachiller letrado, hubo de saber y conocer
y hasta leer, a Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes,
Menandro, Plauto, Terencio, Séneca, y hasta a Virgilio, Horacio y
Ovidio, y no poco a Tucídides, Jenofonte, Lucano, Lucrecio, Marcia,
y un largo carrete de etcéteras historietas, mas estas supuestas
lecturas de anticipación letrada que notada, lejos de restarle
grandeza a su obra, a la por siempre ya genial Celestina, la acorren
y magnifican, pues no hay mejor oro de ley, que el que de ley por oro
carece.
Lo
dicho. La Celestina es una de las obras maestras de la creación
literaria no solo en el ámbito del castellano, sino universal.
El
propio autor bien que lo sabía, pues, aun celebrando las sombras del
anonimato ante el exceso de gloriosa luz, pues toda demasía asombra,
de la Santa Inquisición, improvisó ser poeta llano con nombre,
lápida del genio, en acróstico vertical, en el prólogo de su
inmortal obra, pues, pensaría y para sí se diría, preferible es la
horma al zapato, cuando falta la soga de ambos pies. Y en ese mismo
prólogo, como quien mira tiznando de otro tiempo el presente de
gloria de su hablar, dice, refiriéndose a la argucia de un primer
esbozo fortuitamente el cielo de los elegidos hallado, y del que,
según algunos dicen, dice él, el genial creador, era de Juan de
Mena, y según otros de Rodrigo de Cota, ¿les suena de algo?, digo
yo, pero de quienquiera de fuere, dice el, el genial con todo el
sentido acerado del genio, ¡Gran filósofo era! Y aun antes
proclama: Y como mirase su primor, sutil artificio, su fuerte y claro
metal, su modo y manera de labor, su estilo elegante, jamás en
nuestra castellana lengua visto ni oído, leílo tres o cuatro veces.
Y tantas cuantas más lo leía, tanta más necesidad me ponía de
releerlo y tanto más me agradaba y en su proceso nuevas sentencias
sentía.
Por
último, decir que el mismo Cervantes, si no don Quijote por boca del
castellano hidalgo, pues la lengua, en el infinito de su silencio más
genial y expresivo se junta, en el prólogo de su no menos inmortal
Don Quijote de la Mancha, y concretamente en los versos “Del Donoso
poeta entreverado, a Sancho Panza y Rocinante”, expresa:
Soy
Sancho Panza, escude
del
manchego don Quijo;
puse
pies en polvoro
por
vivir a lo discre
que
el tácito Villadie
toda
su razón de esta
cifró
en una retira
según
siente Celesti,
libro
en mi opinión divi
si
encubriera más lo huma.
Dixit.
FIN
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