Sabido es que el anonimato del autor
de la novela El Lazarillo de Tormes es persistente, y que ha dado
lugar a teorías y atribuciones de todo tipo, con sus polémicas
incluidas.
Uno de los posibles autores al que se
le atribuye la novela, es el jerónimo Fray Juan de Ortega. Tesis
defendida principalmente por el hispanista M. Bataillon.
Se basa principalmente para ello en lo
que afirma Fray Juan de Sigüenza en su “Historia de lo Jerónimos”,
en donde viene literalmente a decir:
“Dicen que siendo estudiante en
Salamanca, mancebo, como tenía un ingenio tan galán y fresco, hizo
aquel librillo que anda por ahí, llamado “Lazarillo de Tormes”,
mostrando en un sujeto tan humilde la ropiedad de la lengua
castellana y el decoro de las peresonas que introduce con tan
singuular artificio y donaire, que merece ser leído de los que
tienen buen gusto. El indicio desto fue haberle hallado el borrador
en la celda, de su propia mano escrito”
Esto fue escrito por el jerónimo Fray
José de Sigüenza en el año 1605.
Por su parte Fray Juan de Ortega murió
en el año 1557, desconociéndose la fecha exacta de su nacimiento,
que debió ser a fines de la centuria anterior. Hay que destacar que
fue hombre de confianza del rey Carlos I, al que preparó
personalmente su retiro en el monasterio de Yuste. Dato de por sí
significtivo, pues también modernamente le es atribuida la
paternidad de la obra de que tratamos a uno de los hermanos Valdés,
escritores e intelectuales de la confianza y entorno del susodicho
rey Carlos I, que debió ser aficionado ilustre a las buenas letras.
No es de extrañar que en Yuste, el rey se hubiere hecho acompañar
de un buen número de libros, y que algunos de ellos hasta se
compusieran exclusivamente para su personal deleite.
Por otra parte, Miguel de Unamuno,
dice en su libro “De esto y aquello” (Espasa-Calpe, colección
Austral, página 85: “Y el padre Sigüenza, ….soberano artista
del lenguaje, creaba el suyo. Y hasta inventaba palabras.
Sospechamos, por lo menos, y hasta prueba en contrario-que pudiera
muy bien venir, pues no presumimos de eruditos en lexicografía-, que
inventó lo de “ensangostar”, cuando dijo: “que aunque a
algunos se les ensangosta, a otros se les ensancha el alma, etc”.
Por lo menos no recordamos haber visto eso de ensangostar en otra
parte, aunque el Diccionario de la Academia lo registre”
Ahora bien, decimos nostros, en la
novela “El Lazarillo de Tormes” (Ed. Planeta, Edición Franciso
Rico, página 26) cuando trata de la última broma o calabazada que
Lázaro le gasta al ciego, se dice textualmente lo siguiente: Tío,
el arroyo es muy ancho; mas si queréis, yo veo por donde travesemos
más aína sin nos mojar, porque se estrecha allí mucho, y saltando
pasaremos a pie enjuto.
Parescióle buen consejo y dijo:
- Discreto eres, por esto te quiero bien. Llévame a ese lugar donde el arroyo se ensangosta, que ahora es invierno y sabe mal el agua, y más llevar los pies mojados”
Y si, prosiguiendo nuestro argumento,
recurrimos a lo que dice al respecto el Diccionario de Autoridades,
de Covarrubias, veremos expresado literalmente lo que sigue:
Como se puede apreciar, las referencias
al verbo ensangostar, se concretan en el Fuero Juzgo, y en El
Lazarillo de Tormes. Ahora bien. El fuero Juzgo data aproximadamente
del año 1150, en que aún predominaba como modo común de habla la
lengua romance, o lo que es lo mismo, los primeros balbuceos como
lengua propia del castellano. Al punto, que no muy de fecha anterior
se puede datar El Poema del Mío Cid, considerado como la primera
manifestación literraia escrita en esa que podemos considerar
nuestra lengua castellana.
Por su parte, El Lazarillo de Tormes
hizo su pública aparición impresa en el año 1554, en tres
imprentas que procedieron simultaneamente a su edición, a saber, la
de Burgos, la de Alcalá de Henares, y la de Amberes.
Lo pimero que salta entonces a la
vista, si hemos de dar crédito de fiel que acendrada veracidad a las
llamadas o referencias del Diccionario de Covarrubias, es que en el
término aproximado de unos cuatrocientos años, en tan sólo dos
ocasiones se ha hecho uso del referido término “ensangostar”, y
suponiendo que ello sea tal que así, y tomando en su debida
consideración lo que Unamuno por su parte refiere acerca de su
utilización en el año 1605 por el jerónimo Fray José de Sigüenza,
llegaríamos a una inmediata y simple conclusión, la de que, salvo
criterio por autoridad más autorizado, el referido verbo sólo ha
sido objeto de tratamiento, al menos en textos publicados o dados en
su caso a la imprenta, y suficientemente probado y constatado, en
tres ocasiones, que son, El Fuero Juzgo y El Lazarillo de Tormes, a
las que, repetimos, se refiere la autoridad más que probada del
Diccionario de Covarrubias, joya de las letras castellanas, dicho sea
aunque al paso y aprovechando la coyuntura, y la que se manifiesta en
La historia de los Jerónimos del citado Fray José de Sigüenza, a
que alude Unamuno, como si se tratara, dada la admiración que el
filósofo siente por dicho autor, de un término creado y acuñado
por primera vez y de propia mano o motu propio por él.
No tengo conocimiento acerca de la
utilización del verbo ensangostar en otras obras o autores,
aanteriores o posteriores al Lazarillo de Tormes.
En la Edición de Francisco Rico,
anteriromente citada, de El lazarillo de Tormes, en su apéndice, se
procede a efectuar una remisión en relación con el término que nos
ocupa. Dice textualmente la nota: “Para “ensangostar” cf. M.
Morreale, en Homage to J. M. Hill, Indiana University, 1967, págs.
300-301”.
Ignoro cuál sea el tratamiento y el
alcance del mismo que del término ensangostar se realiza en la
citada obra, y si puede tener relación o no con la finalidad que nos
ocupa sobre la personalidad del por ahora anónimo autor del
Lazarillo.
¿Qué se puede extraer de todo esto?
Que, aparte de la antigüedad del verbo ensangostar, su escasa
utilización, cualesquiera que fuesen las causas. Al punto, que se
pueden reducir su uso probado, a dos manifestaciones, si dejamos
aparte el Fuero Juzgo, que son, la que lleva a cabo el anónimo autor
del Lazarillo, y la que se pone de manifiesto, cincuenta años más
tarde, por Fray José de Sigüenza. Parece evidente que dicho término
habría sido cedido en uso a la voz angosto y angostar, que sí se ve
utilizada en los años circunscritos por diversos autores.
Cuestión distinta, que no aparte, es
la de si el uso del verbo angostado en los estrechos límites que van
del autor del Lazarillo, a la del jerónimo y grandísimo escritor
Fray José de Sigüenza, puede dar lugar a alguna otra conclusión.
En primer lugar parece ha de
otorgársele más fundada credibilidad objetiva, que a una simple
manifestación y opinión subjetiva, al “Dicen....hizo aquel
librillo que anda por ahí, llamado Lazarillo de Tormes...El indicio
desto fue haberle hallado el borrador en la celda, de su propia mano
escrito”. Pues no cabe duda de que Fray José de Sigüenza debió
ceciorarse e indagar al respecto antes de dejar por escrito en su
Historia de la Orden de los Jerónimos, un simple rumor de atribución
de autoría del Lazarillo al que había sido superior de tal Orden.
Es más, puede que le constara, por fuentes que no podía en su caso
revelar, que tal rumor era cierto. No olvidemos que Fray José de
Sigüenza fue un erudito de las letras castellanas y uno de los más
grandes prosistas de la misma, como es de general reconocimiento.
Por otra parte, no se puede equiparar
uno de tantos manuscritos que a la sazón circulaban del Lazarillo,
con lo manifestado al respecto por Fray José de Sigüenza, borrador
en la celda, de su propia mano escrito”. No parece mínimamente
creíble que Fray Juan de Ortega, superior de los Jerónimos, se
hubiera recreado en copiar de propia mano uno de esos manuscritos que
ya con tanta proliferación circulaban sino que más bien hay que
entender que se trataba del manuscrito original de la obra, de su
propia mano escrito. Pues toda otra interpretación acerca de la obra
hallada en su celda carecería de sentido.
Que el Lazarillo caló hondo desde
el mismo momento de su aparición, es cosa más que probada. Después
abundaremos sobre este punto. Baste ahora lo manifestado por el
propio Fray José de Sigüenza, “librillo que anda por ahí,
llamado Lazarillo de Tormes, mostrando en un sujeto tan humilde la
propiedad de la lengua castellana y el decoro de las personas que
introduce con tan singular artificio y donaire, que merece ser leído
de los que tienen buen gusto”. Hay que destacar también en este
punto, el anticleralismo tanto expreso como soterrado que respira la
obra De El Lazarillo, lo que en principio se avendría no muy bien ni
acorde, ni con su atribución al superiro de los jerónimos Fray Juan
de Ortega, ni con su abierta e inequívoca consideración como obra
maestra de las letras castellanas. El mismo Cervantes llega a citar
la obra de El Lazarillo, hasta dos veces, primero, cuando en el
prólogo, en poemilla de pie quebrado que dedica a Rocinante, dice,
Soy Rocinante el famo
bisnieto del gran Babie
por pecados de flaque
fui a poder de un don Quijo
Parejas corrí a lo flo
mas por uña de caba
no se me escapó ceba
que esto saqué a Lazari
cuando, para hurtar el vi
al ciego, le di la pa.
Y segundo, cuando en la aventura de
los galeotes, pregunta don Quijote al llamado Ginés de Pasamonte:
_¿Tan bueno es?
-Es tan bueno -respondión Ginés-,
que mal año para Lazarillos de Tormes...
Repárese en que la primera parte del
Quijote, data del año 1605, es el mismo en que Fray José de
Sigüenza se hace eco en su Historia de la Orden de los Jerónimos de
la leyenda popular de atribución de la autoría de El Lazarillo a
Fray Juan de Ortega. O lo que viene a ser, que en un plazo de
cincuenta años, El Lazarillo se asienta como obra grande de las
letras castellanas, a pesar de su anonimato, de su anticlericalismo
exacerbado, y de quea primera vista es una obrilla menor, destinada a
distraer el ocio de los ocasionales lectores, y de que al parecer
corría manuscrita a la buena de Dios de mano en mano. Mas, ¿no se
contradice todo ello con el reconocimiento general de los eruditos, o
entendidos, y con el anonimato mantenido, casi con empecinamiento, de
su verdadero autor, y ello a pesar de las tres ediciones simultáneas
en imprentas de primerísima magnitud? Grande hubo de ser el apoyo y
respaldo de que se vio socorrido el hasta hoy no esclarecido
anonimato de su autor, para mantenerse en tal condición a pesar de
lo dicho sobre el éxito inmediato de la obra y su consiguiente
rápida y extensa difusión. Ese respaldo no podría proceder sino de
altas esferas, de círculos oficiales que tuvieran mano y no poco que
callar o decir en torno a la publicación y difusión de unas u otras
obras.
Si a todo lo antedicho añadimos las
siguientes consideraciones:
Que El Lazarillo de Tormes, a poco
que se lea entre líneas, y aun sin tomar en cuenta su
anticlericalismo como recurso literario, salta a la vista que está
escrito por clérigo, o persona de vasta cultura en muy varios
ámbitos, pero sobre todo en lo que toca a la clerecía, en el más
amplio sentido del término.
Que es obra escrita, para utilizar un
termino gráficamente expresivo, de arriba abajo, quiere decirse, que
el autor, a sabiendas de su cultura, pero no a costa de ella, se
distancia tanto objetiva, como subjetivamente, de “su obra”,
creando y recreando un lenguaje que manifiestamente es más figurado
y arcaico de lo que al tiempo de su escritura el propio lenguaje
demandaba y requería, aun teniendo en cuenta que habla el autor por
boca de un lacerado tanto de obra como de palabras, el pobre Lázaro,
dando así en una suerte de originalidad creativa hasta entonces no
común y hasta desconocida en las letras castellanas,
Que la genialidad de la obra fue
inmediato que general reconocimiento, pues el lenguaje que en ella se
utiliza entrevera el ficticio anacronismo, con las figuras retóricas
y de todo tipo más libres y brillantes que hasta entonces se
hubieran podido lograr en la creación literaria. Téngase en cuenta
al respecto, que La Celestina, que es otra obra maestra, data del año
1499, y que su lenguaje, en comparación con el del Lazarillo, puede
estimarse como más “actual”, o cuando menos más acorde con el
castellano de uso y habla común correpondiente a su época
respectiva.
En definitiva, que la genialidad de
El Lazarillo estriba en la creación y desarrollo original y cumplido
en muy varios aspectos, de un “nuevo lenguaje”, que se pude
denominar, y no existe otro modo de calificarlo, de el lenguaje
propio e inimitable, como le sucede en parecido sentido al Quijote,
el lenguaje de el Lazarillo de Tormes.
Todo este cúmulo de evidencias y de
sugerencias, conducen a concluir en que es más que probable que el
autor de tan magna obra haya el jerónimo sido Fray Juan de Ortega,
persona de gran talento y muy aficionado a las buenas letras, y
persona de la máxima confianza del rey Carlos I
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