1.
Cervantes. Su don Quijote de la Mancha es la gran novela, creadora de
personajes inmortales, refundaora del lenguaje castellano,
estableciendo un ámbito de libertad, ingenio y originalidad , que no
han sido superados. Aun teniendo en cuenta todos los antecedentes en
que Cervantes sin duda bebió, léase, novelas de caballerías y
demás, y más en concreto, el Lazarillo de Tormes, La Celestina y
Guzmán de Alfarache.en el caso español, lo indudable es que don
Quijote de la Mancha establece, en relación con el género novela,
un antes y un después.
2.
Baltasar Gracián. Puede sorprender que incluya en tan breve relación
de grandes novelas universales a El Criticón, pero es tal su novedad
de planteamiento, así como su originalidad en la visión categórica
de la existencia humana, mezcla de ensayo filosófico, tratado
teológico, concatenación narrativa de todo un universo de valores y
riqueza lingüística, que el Criticón es merecedor de un puesto de
privilegio en la historia de la novela.
3.
Dickens. Para quien esto suscribe, el mayor y más grande novelista
después de Cervantes. Creador de personajes únicos e inolvidables.
Narrador de una aparente simplicidad, que no es sino la concreta
sencillez del genio. Su prosa fluye con la naturalidad con que el
lector se sume en su discurso tal si fuere él quien estuviere
creando y escribiendo. Su primera novela, “Los Papeles póstumos
del Club Picwick”, constituye todo un homenaje no encubierto a
Cervantes. Puesto que cualquiera de sus novelas es una obra maestra,
significo en esta breve antología su Oliver Twist. No se puede ser
más expresivo, con menos alardes de ostentosa verbosidad. Cada frase
es un acierto, y toda la novela es una sola frase. Genialidad.
4.L.
Sterne. Su Tristrán Shandy sirve de eslabón de enlace entre don
Quijote y toda la novelística posterior. Evita el vacío de más de
un siglo. Sin olvidar otros intentos notables, es Tristán Shandy el
que porta el testigo de la gran novela hasta Stendhal. Lenguaje,
originalidad, creatividad, libertad. Todo en ella se confabula para
el fin que no se propone. Su ironía intrínseca, formando un todo
con la “precisa libertad del lenguaje”, aunque parezca a primera
vista un contrasentido, es uno de sus grandes hallazgos a destacar.
5.
Goethe. No puede faltar en ninguna antología. Su prosa se eleva al
rango de suspensión del lenguaje en creación permanente, creación
natural, elocuente y discreta. Es como la memoria de un universo de
palabras que se dispusieran a discurrir sin contar con otros ni más
elementos que la pura expresividad desnuda y natural del lenguaje. Su
autobiográfica W. Meister, constituye una cima de narración como
autoreflexión. Un universo.
6.
Chateaubriand. No suele tenérsele en cuenta en muchas de las
selecciones al uso en torno a la novela, o a la narración novelada.
Sin embargo, creo que es otra de las más conspicuas y altas atalayas
de la creación narrativa de todos los tiempos. Pareciera escribir al
margen del espacio y del tiempo. Pues de tan incurso que se haya como
testigo discretamente apartado en ellos, sublima la esencia
discursiva del propio acontecer histórico. Es como si escribiera la
historia del presente, al mismo tiempo que vuelve intemporal cuanto
narra. Sus “Memorias de ultratumba” son una obra sublime desde
todos los sentidos. Basta con leer y releer su prólogo, para tomar
conciencia de cómo se puede ser genial e inefable a la vez. O
precisamente por ello.
7.
Stendhal. Es el primer escritor que tiene conciencia de estar
instalado y desarrollando un nuevo género narrativo, la novela. Él
mismo la define como, un espejo que refleja lo que acontece a lo
largo de un camino. Además, crea lo que podemos denominar como
cronicón, una mixtura entre narración histórica, social, de
costumbres, con personajes representativos de las distintas clases y
estamentos sociales. Establece un distanciamiento fundamental entre
narrador, narración y lo narrado. Sus dos grandes novelas, Rojo y
negro, y La Cartuja de Parma, son ejemplos insuperables de lo que
podríamos considerar como, representación objetiva de la
subjetividad social e histórica. Apostilla al vuelo: si Napoleón
fuese novelista, escribiría como Stendhal.
8.
Balzac. Un paso más en el camino de la novela, y no pequeño. El
espejo ya no solamente se desplaza a lo largo de un camino, sino que
se hunde hasta la sangre y los corazones de sus habitantes, sean
estos cortesanos, zapateros, jugadores, literatos, curas, juerguistas
de cepa, solitarios sin principio ni fin, o simples ciudadanos. Es el
universo del ser social de los humanos el que desfila ante nuestros
atónitos ojos de lectores, que somos el espejo de la novela de
nuestra propia realidad. Es, como el propio Balzac definió, la
comedia humana, la vida humana que se deslíe y devana con una
minuciosidad y talento irrepetibles. El lenguaje de Balzac alcanza
cotas de sublimidad, como si lo cotidiano, además de discurrir,
escribiese poética y en sazón su indefectible crónica. Es difícil
destacar un título, pues la obra de Balzac ha de contemplarse, en su
unidad diversa pero convergente, como un todo. Cito, la intitulada
Seraphita, por lo que tiene de extraña dentro de su producción, y
de derroche de leguaje.
9.
Víctor Hugo. Escritor de casta, escritor de casi todos los géneros,
escritor individualista, anárquico y siempre en algún extremo
singular. Su gran novela, Los miserables, marca un hito, porque logra
fundir trama novelesca, con detallados apuntes históricos, crítica
social, crítica política, y elevar a rango de categorías unos
cuantos personajes, ya inmortales, representados todos ellos por el
gigantesco e inefable Jean Valjean.
10.
Flaubert. Novelista díscolo, con la literatura, con la novela,
consigo mismo como creador, logra sin embargo dotar a sus creaciones
de una suerte de refinamiento o velatura novedosa entre la trabazón
de la obra y su aparente espontaneidad, que hace que su lenguaje se
nos aparezca como nada preciosista, y hasta común y evidente, pero
al mismo tiempo como desconcertante y demoledor. Lenguaje que no
parece responder a las coordenadas hasta entonces al uso. El espacio
y el tiempo narrativos se confunden indiferenciados e indisolubles
con la propia trama como total narración. Su, La educación
sentimental, es una obra peculiar y maestra.
11.
Emily Bronte. Novelista a la que, a mi parecer, no se le ha otorgado
la atención ni el valor que merece. Escritora fugaz y de una sola
novela, Cumbres Borrascosas, es tal el grado de originalidad, fuerza
creadora, novedad en el discurso y relatividad de los distintos
planos narrativos que conforman y se funden con la misma trama, que
estamos ante una de las cimas de la novela de todos los tiempos. Su
lenguaje, bajo apariencia de de frugal, pero con imágenes y
connotaciones extrañísimas, corrosivas y de una penetración
psicológica sin par, (si excluimos a Dickens) anticipan a
Dostoievski, y es capaz de situarse entre estos dos máximos y
excelsos creadores, sin el menor desdoro. Pienso que hay que leer
más de una vez su gran “Cumbres borrascosas”, para poder
penetrar su profundidad creadora en todo su alcance. Narra desde el
corazón de los sentimientos y pasiones de todo cuanto acontece y de
todo cuanto se insinúa, y de principio a fin.
12
Gogol. Creador tan grande como las más veces ignoto. Es ley de las
cumbres. El sol y la nieve, en ellas se confunden. Padre de toda la
gran novela rusa. Su “Las almas muertas” es un prodigio de
tradición caída de los cielos y de no menos empírea novedad.
Eleva la ironía y la sátira social, a categorías hasta entonces
sólo apuntadas o entrevistas. Su lenguaje parece redimir por arriba
y por abajo la falsa verborrea de otros supuestos y grandes
escritores. Es la piedra de toque de la inspiración. Basta con leer
las primeras páginas de “Las almas muertas”, para sentirnos ante
el fuego de escritura más grato, y para corroborar que estamos ante
uno de los más grandes, y sin aspavientos, narradores, y además en
estado de gracia. Ya lo dijo Dostoievski: Todos procedemos de Gogol.
13.
Dostoievski. Continuador de Gogol, y otra de las cumbres de la
novela. Narra desde el centro de las pasiones, allí donde el fuego
de existir palpita en la profundidad de las palabras, allí también
donde la razón o sinrazón de la existencia se debaten en cada
persona sin remisión. La profundidad y lucidez de Dostoievski
sobrepasa los límites formales o aparentes de cuanto dice, a fin de
llegar a cada uno de nosotros tal si la propia conciencia nos
golpease en lo más íntimo y sin pausa. Su lenguaje, de tan ajustado
y preciso, se hace conmovedor. Asistimos, leyendo, a nuestro propio
celaje mental y existencial. Anticipa a Kafka. En mi opinión,
“Crimen y castigo” es un prodigio de totalidad, y su gran obra
maestra.
14.
Tolstoi. Creador de universos gigantes, a través de detalles que
denotan en principio cierta sofisticación, pero que acumulándose y
acumulándose van revelando y sacando a la luz la obra ingente de un
escritor paciente y con inspiración de un barro a la vez común y
distinto, de un genio en perpetua labranza. Su “Guerra y Paz”, no
tiene calificativos que le alcancen sin disminuirla, y como es obra
de valoración comparativa imposible, concluyamos en afirmar que
“Guerra y Paz” es lo que es, y tal como es. Si añadimos lo de
obra maestra, desvelamos una obviedad, y ocultamos el azar por los
dados.
15.
Melville. Escritor con resonancias de una antigüedad bíblica, sin
tiempo, una antigüedad de palabra solitaria que pugna por
convertirse en lenguaje común y terrenal, todo lo que dota a su
escritura de una tensión nada aparatosa, pero de tonalidad extraña,
casi umbrosa en su tenue declamación, cerrada en sí misma, clara y
oscura a la vez, real e irreal, ardorosa, iridiscente. De sus grandes
novelas elijo su “Pierre o las ambigüedades”, porque representa
casi un ejemplo escolar de una teoría literaria implícita pero como
tal lejana o inexistente. Es como si hablara Shakespeare por boca de
un doncel inesperado.
16.
H. James. Escritor de purezas corrientes pero de contextura
diacrónica. Su lenguaje adquiere hondura de aire, por transparencias
neblinosas de cristal. Escritor con los pies en la tierra y con la
cabeza girando sobre sí, como en una geometría de sensaciones hecha
de palabras. Fija definitivamente la ironía como permanente
descubrimiento. Su lucidez alcanza cotas de difícil asentamiento en
la simple linealidad de lo observable y descrito, logrando subvertir
el orden natural a través de meras conjeturas y posibilidades del
discurso narrativo, vuelto una y otra vez sobre sí mismo, genialidad
y genio especulando una flor siempre al alcance de la mano, es decir,
genialidad y genio como flor y perfume sin principio ni fin. Pura
genialidad y deleite. Se hace difícil elegir un entre sus obras,
porque todas ellas se concitan y resuelven en un halo de único
esplendor, pero voy a señalar dos, a causa de esa dualidad
intelectual y material que a H. James caracteriza, sus inefables, y
tan en apariencia distintas, “Otra vuelta de tuerca” y “La copa
dorada”.
17.
Proust. ¿Qué sería de la literatura sin Poust? Y como nadie me
responde, vuelvo sobre el deslumbramiento, el sentimiento siempre
renovado, que me produce su lectura, y, sin más decir ni callar,
puesto que su obra es una y única, me confundo con mis propios
recuerdos, por los suyos, sin más, y digo que su “En busca del
tiempo perdido”, se halla en la genialidad de cada uno, de cada
lector olvidando y recordando que es uno, y se devuelve el hallazgo a
su creador. Sin más.
18.
T. Mann. Escritor sentimental, en el que prevalece sin embargo el
razonar acerca de los sentimientos. Esto tiene fácil y difícil
explicación. La lectura de Mann es un ejercicio permanente de
osadía. Hay que disponer la mente y los cinco sentidos a una, si
pretendemos introducirnos en su mundo de razonables y hasta
acostumbradas inteligencias. Después, ya podemos leer, disfrutar y
relajarnos. Su “Montaña mágica” posee la configuración
inatacable de una originalidad de tiempo y piedra. Obra única y
distinta.
19.
J. Joyce. Creador con un dominio del lenguaje fuera de lo común. Su
literatura se recrea en la invención, invención estilística y algo
más, de sonoridades y ecos de sonoridades. En sus manos el lenguaje
se transforma en invención de lenguaje, y las palabras en invención
de lenguaje, y de nuevas palabras, que son las mismas resonando
iguales y distintas una y otra vez. Genio en permanente erupción. Su
“Ulises” consigue el logro nunca superado de volver lo cotidiano,
en lenguaje sin tiempo, antigüedad y novedad se disuelven en odisea
interior, en odisea de los sentimientos que se leen como un pasquín
(esquela de cada día) en una pared. Genialidad a base de latigazos
de pura fracción de ficción. Genialidad por realidad pura.
20.
Kafka. Con pocas palabras, se podría definir la genialidad de Kafka,
con sus mismas palabras, pues cualesquiera otras menguaría o
desbordarían su ogro genial. Joseph K, sé que me estás oyendo. Te
hablo con los dedos desde un púlpito de piedra, de movedizas arenas,
escúchame lo que se me ocurre decirte, “ lo cotidiano e inefable
como aparente absurdo”, perdóname. Ningún escritor ha llegado
como Kafka tan lejos sin ir a otra parte que no seas tú o yo. Su “El
proceso”, constituye una creación y un desvalijamiento. No se
puede expresar como Kafka, lo que no se dice sino como él.
21.
R. Musil. Incorpora el ensayo como reflexión consecuente con no otra
finalidad que la reflexión como reflexión, en la novela del siglo
veinte. Su “El hombre sin atributos” es de una objetividad y
efusividad únicas.
22.
Celine. Escritor marginado, censurado, imaginariamente olvidado,
condenado, difamado. ¿Merece todo ello la obra de Celine?. ¡Cuánto
no le debe el idioma francés y la sensibilidad siempre íntima y
extranjera ( si no, sería agua de jauja), a este creador solitario y
sin disputa, a este fabulador de corrientes de aire que soplan en
vuelo hasta las vetas de un filón de sangre rota e itinerante. Su
“Viaje al fin de la noche”, sigue tan viva y ajena a sí, como si
hubiere muerto y resucitado mil veces. Vamos, como un cristo de
farol, con repóquer de una sola vida, ¡pero qué vida!. Aquí se
podría decir aquello de, quien marca la baraja, a su costa trabaja.
Pruebe alguien a escribir con baraja marcada, cuando la palabra dice
no.
23.
H. Broch. Escritor más que olvidado, relegado e ignorado. Mas,
pruébese a leer su “La muerte de Virgilio”. ¿Ha leído usted a
Virgilio?. Pues léalo, y después convénzase de estas palabras, que
son todas las que le digo, leyendo a Broch. Una de las cumbres de la
novela del siglo veinte. No me cabe ninguna duda.
24.
Faulckner. Hay que nombrarlo, no por justicia, y menos por
misericordia de justicia, sino por necesidad de labrantío. La
escritura de Faulckner llega a donde se siente con la efusividad
(seguridad de la tierra cuando llueve y se otea) de un ocaso. Dominio
del lenguaje, y dominio de su propia dominación. Pienso que su
primera novela “El sonido y la furia” sigue siendo su última y
decisiva obra maestra.
25.
No querría cerrar estas líneas, sin mencionar un camino o senda de
literatura por la que siento una especial predilección. Todo
comienza con Poe, y sus relatos que inauguran el llamado género
policíaco, “Los crímenes de la calle Morgue” y “El misterio
de la muerte de M.R.”. Prosigue con la mejor tradición de la
novela de dicho género, entreverado a veces con el de aventuras, (no
me resisto a dejar de nombrar “La isla del tesoro”). Continúa
hasta toparse con una pequeña novela que levanta ampollas (sospechas
de tal género en la mejor tradición de Poe) y que revoluciona el
siempre acomodaticio mundo literario con nuevos vuelos y no discretas
ni febles ambiciones, me estoy refiriendo a la novela de Fiztgerald
“El gran Gastby”, novela doblemente demoledora, porque aparenta
no serlo, y porque anticipa en su marco todavía sólo insinuado, de
retrato paternal a filial, como herencia, presente de futuro, al
contado, toda la novela negra, novela negra que es para mí, sin
duda, desde su primer e inefable creador, Dassiell Hammett, uno de
los mayores logros creativos de toda la novela del siglo veinte.
FIN